La monopolización de las conversaciones o los que hablan demasiado

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Hace no mucho un amigo me contaba una historia muy larga durante una comida en un restaurante. Para intentar cambiar de tema le interrumpí (y no me fue nada fácil) excusándome en que tenía que ir al servicio. Lo que no me esperaba es que su vejiga también estaba a la espera de vaciado y que me acompañara al cuarto de baño donde continúo narrándome su larga historia. Entonces pensé seriamente en ahorcarme con la cadena del váter. Desgraciadamente los váteres son ahora muy modernos y no tienen cadena con lo que la única opción que me quedaba era meter la cabeza en el inodoro o fingir un resbalón que diese al traste con la cena o (esto fue lo que finalmente hice) salir como un hombre del escusado y tener paciencia para escuchar el resto de la historia que, por supuesto, terminó un rato después una vez sentados de nuevo en el comedor del restaurante. Hasta aquel día yo no sabía lo suficiente sobre la tendencia a la verborrea de mi amigo. ¡Cómo si los demás no tuviéramos nada que decir¡

Hace no tanto tiempo en una mesa de diez personas, fueron menos de la mitad los que monopolizaron las conversaciones. Los demás asistíamos a la partida dialéctica de los otros que nos advertían de que de ese tema o del otro no tocaba hablar aquella noche. En los escasos momentos en que te daban bola, tu tiempo era exiguo como en aquellos concursos de la tele en los que te bajan en el micrófono o como en los premios cinematográficos en los que suben la música para que te calles. En ocasiones, no te da tiempo ni a carraspear pues sueles necesitar hacerlo ya que puedes llevar callado un buen rato hasta que el efímero turno de parla recae sobre ti. Por supuesto, también puede que el sueño te domine y que ya estés pensando más en la almohada que en otra cosa.

Este mismo fin de semana, me ha vuelto a pasar. Asistí a una reunión de jugadores de rol en compañía de un amiga que me dijo que era un grupo de gente muy maja. Cuando cogieron confianza insistieron en que tenía que jugar al rol y al final arrancaron de mi un compromiso: me pasaría un día a ver cómo juegan y a tomarme una cerveza cuando terminen de jugar. Reconozco que los roleros me dieron más bola que el persecutor o que mis verborréicos amigos y que hasta repetiría con ellos.

La pena es que todos estos incontinentes verbales no han pensado en la posibilidad de que los demás también queramos hablar.

Ya sé lo que me van a contestar cuando me leen: “¡pues habla¡” Claro, pues habla …

Creo que por todo esto es por lo que me lancé a escribir hace cuatro años y medio de esta forma tan desaforada.


Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario